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lunes, 5 de junio de 2017

CHILE: CRECIMIENTO SIN DESARROLLO
 Por Hugo Latorre Fuenzalida

Chile es un país donde las élites-que lo dominan todo- se han esmerado en hacer creer que nuestro país austral ha experimentado uno de sus desarrollos más formidables de su historia, en manos de la dictadura y luego del régimen “democrático”, régimen que más bien es la prolongación oligárquica y plutocrática- sin los cuajarones de sangre de la dictadura-, pero de la misma filogénesis estructural de dominación-.
Quienes no estamos de acuerdo con la apreciación megalomaníaca de las élites, sostenemos que Chile ha experimentado episodios de crecimiento, acompañado con recesiones tan formidables que casi han neutralizado a las primeras.
Segundo, que mirado en el largo segundo período de la dominación oligárquica (la primera fue desde la constitución de 1833 hasta la de 1925, tiempo en que se inicia (desde 1925) un tímido tránsito hacia una sociedad democrática, que es interrumpido con el golpe de 1973 y consagrada en la constitución de 1980, con la cual se retorna al sistema oligárquico, al que se le suma su condición de fáctico), el crecimiento durante el tiempo dictatorial – de la derecha más estamento militarizado- fue deplorable: 0,5% del PIB per cápita interanual, a lo que se debe agregar que en lo infraestructural hubo una desinversión del 9% total; es decir Chile se empobreció en su capital de infraestructura global en casi un 10 % , con respecto de lo que había disponible en 1973.
Esto habla que la experiencia neoliberal extrema de los “Chicago boys fue un rotundo fracaso, tanto es así, que se debió cambiar la estrategia de extrema ortodoxia por una de mayor flexibilidad respecto al rol del Estado. Ese fracaso del neoliberalismo extremo le costó al país una suma aproximada a los 20.000 millones de dólares de la época, un desempleo de 35% y una mortandad de empresas operativas que debieron ser rematadas a empresarios de los países vecinos o simplemente disueltas. Esa pérdida nunca se ha calculado bien, pero una caída del PIB del 12% en un año y otro 3% al siguiente, habla por sí solo de la magnitud de ese desastre.
{Nota: por esos años Chile generaba un PIB de unos 40.000 millones de dólares, sumando las pérdidas de empresas en la caída de 1974-75 y la de 1982-83}.
Luego de 1986 comienza una recuperación de la economía que no representa un crecimiento de la capacidad productiva, sino apenas un retomar la actividad de las potencialidades anteriores del aparato instalado, que habían quedado ociosos debido a la profunda recesión.
Desde 1987 se agregan dos años de altos precios del cobre (Chile era todavía dueño del 100% de esa riqueza) y el ingreso de capitales transnacionales que vienen a comprar los activos que antes pertenecieron al Estado y que luego de dar en manos de los amigos del régimen quebraron y se vendieron a acreedores e inversionistas externos. Desde 1988 se inicia las inversiones transnacionales en la minería, dado que la oposición gana el plebiscito; se acumula una masa de dinero que el régimen larga a la calle con la intención de crear un espejismo de bonanza y ganar las presidenciales.
La economía se proyectaba crecer al 11% en 1989, pero lo que no se decía es que la tasa de inversión era  apenas del 12%. Esa irresponsabilidad del régimen derechista contrasta con las exigencias rigoristas frente a los equilibrios macroeconómicos que demandan  a la democracia los economistas ganados al neoliberalismo. Ese desfase entre inversión y crecimiento se debía compensar con una fuerte inflación o con una fuerte recesión. La otra vía era  aumentar las inversiones al triple de lo existente (es decir cercanas al 30% del PIB).
La Concertación al llegar al gobierno se arrimó al gobierno Americano y el presidente Bush prometió inversiones gringas pero no ayuda financiera inter-gubernamental. Entonces los dirigentes de turno se bajaron los pantalones y entregaron la riqueza minera, pero al parecer con tanto gusto que en regalo, adicional, cambiaron en 1992 la ley tributaria en la minería, de renta presunta a renta efectiva, con lo cual abrieron las puertas del gallinero a los zorros de la evasión tributaria, es decir a los inversionistas transnacionales y también nacionales del sector minero.
Pero, para abonar más firmemente la vocación entreguista de la nueva democracia, se regalaron más de 300.000 hectáreas de yacimientos pertenecientes a Codelco a las empresas privadas, todos de alta ley y, por tanto, promisorias de alta utilidad. Mientras que a Codelco se le dejaba a cargo de minas envejecidas, que requerirían altas inversiones para mantener un nivel de explotación aceptable.
Pero, además, el nuevo gobierno democrático, en su nueva iluminación anti estatal, siguió privatizando empresas públicas a fin de no cargar impuestos al sector privado y poder solventar las recuperaciones de inversión en infraestructura y de gasto corriente que debían abordar necesariamente, si pretendía un mínimo de legitimación social. La brecha dejada en ese aspecto por la experiencia neoliberal fáctica era enorme.
Pero como con eso no alcanzaba, se subieron los impuestos, fundamentalmente el IVA, que es un impuesto regresivo, y el de las empresas,  los que finalmente se anulaban por las exenciones, estímulos y evasiones. En definitiva, la carga tributaria la llevó nuevamente el pueblo que paga IVA, y con esos impuestos se amplió el gasto en salud y educación. A los empresarios les salió gratis.
Los dos primeros años de la Concertación hubo que tomar medidas restrictivas para evitar la inflación antes descrita, pero luego se lanza un agresivo plan de privatizaciones de empresas y de lanzar a manos del lucro privado empresarial una serie de servicios que antes  brindaba el Estado.
De privatización en privatización, se logra una tasa de crecimiento cercana al 7.0% durante el período de Aylwin y mitad del de Frei, hasta que llega el declinar de la industria inmobiliaria (que creció velozmente gracias a la riqueza vendida desde 1986), a lo que se sumará la “crisis asiática”, lo que echará por tierra lo ganado en el primer quinquenio de los 90.
Una pésima política de Hacienda y Baco Central prolongan la crisis, innecesariamente, por más de cinco años, frenando el crecimiento y destruyendo muchas empresas nacientes durante el corto tiempo de bonanza.
Ni Frei ni Lagos logran sacar la economía de la crisis. Vino a ser la audaz política de China, la que genera un boom de la demanda de materias primas, lo que salva al gobierno de Lagos y al país de una crisis más prolongada y más destructiva. De ahí se vino, a nivel regional y mundial, una protagónica desde la crisis de la deuda externa, en la década perdida de los años 80, como modelo dominante de crecimiento volcado al mercado externo primario, es decir de productos menguantes.
Por la crisis asiática y el modelo primario exportador, Chile debió resistir seis años de crecimiento muy bajo y-como se dijo- se recupera sólo a partir del 2003, cuando los precios del cobre y otras materias primas entran en un ciclo virtuoso que durará por una década.
Apenas se resiente el mercado de los commodities (por efecto de la crisis norteamericana y luego la europea), inmediatamente la economía chilena entra en un ciclo de crecimiento bajo, que ya se va arrastrando por 4 años y con poco aspecto de recuperarse de manera notable. El ciclo mundial es de bajo crecimiento y Chile no puede ser excepción, dado que se trata de una economía fuertemente dependiente del mercado externo. De hecho, el sector exportador se hizo cargo durante el boom de las materias primas de cerca del 60% de la inversión nacional.

Como se puede apreciar, en los dos cuadros  se delata una sincronía entre los procesos mundiales y nacionales respecto a la dinámica económica, tanto en Chile como en América Latina. Esto porque nuestra región ha forjado su estrategia de crecimiento pasivamente en torno a la exportación de materias primas, las que se ven directamente sujetas al ritmo de expansión o contracción de la actividad económica mundial. Por tanto, los factores internos pueden  hacer variar en un porcentaje mínimo-específicamente en el caso de Chile- las cifras de rendimiento en la economía nacional.

Los sectores conservadores mantienen una discusión palaciega respecto a qué factores están detrás de un crecimiento más acelerado de la economía.
El presidente del Banco Central, señor Vergara (2004), argumentaba que una reducción de los impuestos a las corporaciones (empresas) entre 7% y 10% incidía fuertemente en la determinación de invertir de las mismas, tanto que podía hacer variar entre 2 y 3 puntos el porcentaje de las inversiones.
De Gregorio, apoyándose en estudios de Bustos (2003), plantea que la variación de impuestos a las empresas no  afecta notablemente el crecimiento, puesto que la variación  de la tasa (bajarla) de 17% a 10% a las empresas, incidiría en un aumento de 2 a 3 puntos en la tasa de inversión y, con ello,  el crecimiento sólo aumentaría en 0,15% a 0,21%.
Todos los economiastas saben que el real crecimiento de la economía se basa más bien en la fórmula diseñada por SOLOW (1957) y que se expresa en la siguiente ecuación: Y=aF(K,L)

Es decir el crecimiento (Y) se debe a los aportes del (K) capital, (L) el trabajo y se le suma (a) que corresponde a la (PTF)  Productividad Total de los Factores.
En consecuencia, más que la rebaja tributaria (como lo plantea Piñera actualmente) lo que se debe estar estimulando para  incrementar las tasas de crecimiento es incrementar la base de capital productivo (k) y eso significa contar con herramientas productivas de menos consumo y mayor rendimiento; se debe contar con una mano de obra mejor calificada, para que su producto sea mejor valorado en el mercado y obtenga mayor rendimiento, lo que implica capacitación, educación y empleo de alta calidad. Eso es igual a desarrollo del potencial humano que una economía de consumo y de explotación primaria no estimula ni le interesa. Si el trabajo obtiene una mayor porción del ingreso nacional, entonces se desarrolla el mercado interno; pero eso requiere que las empresas también desarrollen articulaciones de demandas internas suficientes para que el estímulo (acelerador y multiplicador keynesianos) de la demanda se quede sustancialmente en la generación de producción nacional. Todo esto culmina con la Productividad Total de los Factores, que representa la calidad de lo que se produce, su novedad en el mercado y su potencial en el ahorro de costos y satisfacción del consumo masivo.
De no darse estos elementos, no hay desarrollo. Puede haber un ciclo mayor o menor de crecimiento, pero no se genera de esos episodios ningún desarrollo estructural perdurable y autonomista (La autonomía nunca es total, pero nos aleja de la dependencia total que tenemos hoy respecto a los factores  que alimentan una economía competitiva).

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